«Me alegra descubrir que el carisma cofrade no se circunscribe únicamente a una semana al año, sino que la pertenencia a una hermandad o cofradía supone un buen camino que acrecienta y motiva el sentirse cristiano»
Recibe un saludo afectuoso:
Dentro de pocos días comenzamos la Semana Santa. Tras la experiencia del covid-19, la edición de este año será, sin duda, muy singular y esperada. Aunque todos los años es diferente, pues ninguna se vive de la misma manera, es cierto que la que nos disponemos a celebrar será especialmente significativa.
Quisiera con estas líneas, que nacen de mi afecto sincero, expresarte en primer lugar la pieza tan importante que suponéis en el puzle de esta Iglesia diocesana. Nos necesitamos mutuamente en esta etapa evangelizadora, donde cada uno aportamos diferentes sensibilidades y carismas que se complementan y dialogan fraternalmente. Además, me gustaría ayudarte humildemente a que esto que nos disponemos a vivir pueda ser también, más si cabe, una experiencia de fe importante en tu vida.
Ser cofrade es un estilo de vida. Lo hemos dicho muchísimas veces. Por eso, me alegra descubrir que el carisma cofrade no se circunscribe únicamente a una semana al año, sino que la pertenencia a una hermandad o cofradía supone un buen camino que acrecienta y motiva el sentirse cristiano. Es bueno que así sea, dado que ser cofrade es una manera de vivir y formar parte de la Iglesia. Una forma concreta, en definitiva, de acoger y hacer realidad el bautismo que recibiste.
Ya sabes que, en el alma cofrade, están presentes las dimensiones que no tienen que faltar en la vida de un cristiano: está presente una advocación concreta que acoge las plegarias y súplicas del día a día; se materializa una pequeña comunidad de hermanos con los que se vive y concreta la urgencia de la fraternidad universal; se hace realidad un proceso formativo que nos ayuda a dar razón de nuestra fe; y se vive un compromiso de caridad que busca transformar la realidad desde el amor.
Durante estos días, sin embargo, hay algunas prácticas que son propias y específicas de vuestro carácter cofrade. En primer lugar, todos os vestiréis con un hábito y un capuz. Es vuestro elemento más característico, seña de identidad, símbolo de anónima penitencia, lo que os diferencia del resto de personas que no viven o participan en el mundo cofrade y que a su vez os distingue de las otras cofradías y hermandades. Esto, lejos de suponer una oposición, no es sino muestra de la vistosidad, riqueza y pluralidad que se puede trasladar a nuestra Iglesia tanto en su espiritualidad como en sus formas. Me atrevo a afirmar, además, que en este mar de secularización que nos ha tocado navegar, vuestras formas externas constituyen una manera de expresar que también vosotros nadáis, en cierta manera, “contra corriente”. Es bueno en nuestra sociedad descubrir la belleza de navegar contra corriente: eso nos da más fortaleza, nos ayuda a profundizar en nuestra propia identidad, nos enraíza en lo importante… En cierta manera, es oportuno que descubramos que el cristianismo también es hoy una propuesta contracultural. Ciertamente hoy los cristianos somos minoría, pero debemos de serlo significativa y esperanzadamente.
Otra acepción de la palabra «hábito», además de la que da nombre a vuestros ropajes, es la que se refiere al modo de obrar y de comportarse, esto es, a una forma de actuar. No puedo por ello de dejar de invitaros a que, cuando os pongáis el hábito, reflexionéis acerca de la necesidad de adquirir hábitos buenos, las virtudes, que han de distinguir y diferenciar a todo cristiano. Un cofrade revestido con el hábito de la virtud es la mejor vestimenta que puede portar.
Una vez revestidos, la segunda práctica que estos días realizaréis será la de procesionar por nuestras calles y plazas en manifestación pública de fe. ¡Qué bello es caminar juntos! En la procesión, cada uno de vosotros tendréis vuestro lugar y llevaréis a cabo una función determinada, todas igual de importantes. Expresa de forma visual nuestra voluntad de ser Iglesia sinodal. Con la belleza de los cortejos, con el orden con el que discurrís, así como con la diversidad con la que os organizáis… estáis expresando la belleza de nuestra fe. Y es que la experiencia de la fe, que es la experiencia de la amistad con Jesús, es una realidad bella y gozosa que poco se identifica con lo aburrido y tedioso con la que lo hemos unido. Además, la fe tiene una dimensión pública esencial, es decir, no se reduce al ámbito de lo privado, sino que está llamada a expresarse públicamente, pues tiene una voluntad de transformación y de iluminación de las realidades que habitualmente vivimos. Salir en procesión es, por tanto, comprometerse también a dar durante todo el año la cara por Jesús, el Cristo, representado en las imágenes titulares a las que con tanta devoción veneráis. Es una voluntad de manifestar abiertamente vuestro compromiso cristiano. ¡Casi nada!
Hay una tercera práctica que durante estos días realizáis con gran esmero, despertando la sorpresa y admiración de propios y extraños. Me refiero a portar las imágenes de vuestros sagrados titulares, muchas veces sobre los propios hombros. De esta manera, mortificando vuestro cuerpo, expresáis plásticamente en la calle el misterio de amor que durante estos días aconteció en Jesús. ¡Con cuánto esmero y con cuánta emoción los portáis! Sin duda, es prueba inequívoca del amor a Jesús y a su madre. Os diría que ellos se sirven de vuestros hombros para visibilizarse en nuestro mundo. ¡Qué bonito sería, también, que con el mismo amor, fuésemos capaces de llevar a tantos hombres y mujeres que sufren, y en los que realmente está presente Jesús, y que necesitan hombros en los que apoyarse y sobre los que sustentarse! También eso sería un magnífico testimonio de humanidad nueva.
Gracias, de verdad, por vuestra presencia, por vuestro compromiso, por vuestro quehacer… Me gustaría pediros que durante estos días, además de las procesiones, participarais activamente en los cultos que la Iglesia celebra y de los cuales las procesiones son una continuación; os rogaría que también os acercárais al sacramento de la confesión para que podáis vivir mejor estos días reconciliados; por último, os invitaría a que ofrecieseis lo que de sacrificio tienen estos días por la paz y la fraternidad en el mundo. Aprovechad las horas de penitencia por vuestras calles para perseverar en la oración y la reflexión.
¡Feliz Semana Santa! Que no sea santa sólo por el nombre, sino porque la hacemos santa con nuestra vida. Y que podamos gritar juntos el Aleluya Pascual del encuentro con Jesús Resucitado.
Con afecto, vuestro hermano y amigo
Mons. Fernando García Cadiñanos
Fuente: www.mondonedoferrol.org